El primer día que estuve ahí ya habían pasado
algunos meses desde la muerte de mi abuelo. Un calor intenso chocaba contra
nosotros y una incertidumbre se reflejaba en los ojos de varios lugareños. Esa
tarde el señor Ernesto me acompañó; era el abogado y amigo del viejo desde su
juventud, conocía bien las mañas y costumbres de Don Celso. Aun así, con todo
lo que supo de él, tampoco conocía mucho de La Escondida, incluso le fue
difícil llegar al rancho. El lugar era tan recóndito que apenas un par de años
atrás se incluyó en los mapas del país.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario