sábado, 7 de noviembre de 2015

Historias breves pero reales.

Era un atardecer nublado, el cielo rugía  advirtiendo que pronto la lluvia visitaría la ciudad, esa tarde caminaba junto a mi novia cerca de la colonia donde vivía, nos dirigíamos hacia el transporte público;  estábamos enojados.  Discutimos y el mal humor se respiraba en nuestra conversación desde que esperábamos en la calle hasta que la pequeña combi se acercó viajando entre el rió de concreto y cemento. Yo estaba muy molesto, tan enojado que cuando por fin subí a la pequeña furgoneta pública me abrí paso
bruscamente entre las personas para sentarme entre las pequeñas sillas laterales. Mi novia entró y de forma poco más sutil terminó por acomodarse junto a mi.  

La música y las conversaciones perdidas se mezclaban en el ambiente, todo parecía marchar de forma común.  En cada estación alguien bajaba o subía como siempre y el constante movimiento de personas había logrando entretenerme y distraerme.  Aunque seguía fastidiado el extraño ambiente del lugar logró calmarme un poco y  todo hubiera sido tranquilo de no ser por un extraño hombre de edad madura que abordó.

Se tambaleaba y en cuestión de segundos un fuerte olor a alcohol  penetró todo el lugar, no fui el único que lo notó; una señora y un joven rápidamente se apresuraron y abrieron las ventanas para ventilarse y esperar que no se sentará junto a ellos. La imagen del aquel hombre, esforzándose y chocando sin que algo le importará en absoluto me incomodó y volvió a despertar el mi el mal humor que comenzaba a apaciguarse; endurecí mi postura y me tomé  uno de los manubrios que estaban colocados en la pared de la combi para ener más soporte. La persona de bigote pequeño, piel morena y algunas canas en la cabeza no tardó en chocar contra mi y rebotar sutil pero fuertemente. 

El pequeño choque que tuvimos hizo que cruzáramos miradas; mis ojos se clavaron en los suyos por un par de segundos y finalmente aquel hombre de vista perdida siguió su camino.

—Sonrianle a la vida... balbuceó mientras se dirigía a una esquina de la furgoneta— uno ya casi está viejo pero ustedes...  sonrianle... todavía están jóvenes... a donde vamos a con todo esto.... a donde vamos a llegar... 

El hombre siguió balbuceando todo el trayecto que estuve yo ahí, luego en una de las muchas estaciones publicas de la ciudad,  baje junto a mi novia y continuamos nuestro camino.  Las memorias  y las lecciones que ocurren en la vida son curiosas; yo por ejemplo no recuerdo ninguna otra cosa de ese día,  solo se que aquel hombre de mirada perdida permanecerá en mi cabeza durante muchos años haciéndome recordar lo insospechadas y profundas que pueden ser las historias breves pero reales.




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